Hay de platos a platos. Desde los que cumplen al pie de la letra con el significado que dicta el diccionario de la lengua española:
“Recipiente bajo y generalmente redondo, con una concavidad en medio y borde comúnmente plano alrededor, empleado para servir los alimentos y comer en él”, hasta los que rebasan los límites de la normalidad por sus dimensiones y formas, o bien, por el uso diferente que se le da.
En la casa materna recuerdo un mueble especial para exhibirlos, y formados, uno tras otro, eran como un tesoro para mi madre, porque además muchos de ellos fueron heredados de varias generaciones atrás.
A mí me gusta imaginar que llevo ese infaltable de la cocina como una joya, sobre mis muñecas o en un collar que entre el asombro y respeto penden de hilos de plata con todo el respeto y asombro que merecen.
Así son los platos que me gustan: los que contienen mis recetas favoritas y los que llevo sobre mi piel con el mayor orgullo artesanal, en miniatura.