Molcajete

De forma burda y aspecto poroso, El Molcajete es uno de los utensilios más queridos de los gustos más tradicionales de la cocina.

Y a pesar de que sus orígenes se remontan a la época de la Colonia sigue siendo un tesoro en las cocinas mexicanas.

Tiene sus orígenes en Mesoamérica; su figura es la de un mortero, pero hecho de piedra volcánica y con tres patas para darle equilibrio.

Martajar los ingredientes entre la pared de piedra es un deleite sensorial como ninguno. El olfato se deleita con los aromas y vapores de los chiles, los jitomates, las semillas…

La creación de maravillosas salsas y pastas como resultado de este ritual de molienda dan un sabor único a las recetas.

El compañero inseparable del molcajete es el tejolote, al que también se le llama temole, temachín o simplemente piedra de molcajete, hecho de piedra basáltica es el que cura o prepara al molcajete desde el principio, antes de servir fiel en la cocina, y se manipula con la mano para moler contra el molcajete los alimentos.

Esta pieza artesanal mexicana, la más humilde de la cocina, llega a servir por generaciones a las familias, y como si tuviera memoria, se dice que mientras más se usa mejor saben las salsas y los alimentos que ahí se elaboran.

Libélula

La fuerza y la transformación toman hoy, como nunca antes, su verdadero valor.
La Libélula, como icono de la Colección CASA MEXICANA de la casa de diseño Gabriela Sánchez representa ese reto a dejar huella y trascender.

Como si se tratara de un crisol de oportunidades para afrontar los tiempos complicados que vivimos actualmente, la iridiscencia del vuelo de este insecto inspira un destino mejor.

Es una invitación a brillar, a descubrir el brillo propio y de quienes nos rodean. Y desde esa visión, la casa Gabriela Sánchez entrega una colección de piezas que deslumbran con sus formas. Elaboradas con plata.925, ámbar y gemas finas las Libélulas se posan como protagonistas y como elementos de la colección acompañando a la banca, la sillita, las ventanas y platos, entre otros.

“La libélula nos invita a volar, a vivir con libertad, frescura y ligereza; a reconocer la capacidad de tener diferentes visiones y estar seguros de que todas son correctas”, comparte Gabriela Sánchez.

Un símbolo de adaptación que nos abre la posibilidad de experimentar la vida en todas sus direcciones, con todos sus matices y formas.

Así, las joyas de Casa Mexicana promueven sueños, recuerdos y construyen historias para el corazón.

Corazón

Porque descubres en mí que la vida es pasión.

Y que la pasión inspira las más bonitas creaciones que se vuelven tradición.
Esa emoción que mantiene los latidos a mil por hora es el más grande cariño que guardo a tu corazón.

Mi corazón es tuyo y se vuelve en mil colores, se engalana con detalles, con flores y calaveras.

Ay Corazón, tú me impulsas a vivir y a experimentar la magia del porvenir, pero también eres quien me hace viajar por los más dulces recuerdos que jamás quiero olvidar.

En la cultura mexicana el corazón es protagonista cotidiano e invita a descifrarlo en un recorrido por las artes, la moda, la gastronomía. Inspira las mejores frases y hasta canciones para entonar a todo pulmón.

Un icono inigualable para el querer, el amor y la pasión.

Te quedas en mi corazón.

Plato

Hay de platos a platos. Desde los que cumplen al pie de la letra con el significado que dicta el diccionario de la lengua española:

“Recipiente bajo y generalmente redondo, con una concavidad en medio y borde comúnmente plano alrededor, empleado para servir los alimentos y comer en él”, hasta los que rebasan los límites de la normalidad por sus dimensiones y formas, o bien, por el uso diferente que se le da.

En la casa materna recuerdo un mueble especial para exhibirlos, y formados, uno tras otro, eran como un tesoro para mi madre, porque además muchos de ellos fueron heredados de varias generaciones atrás.

A mí me gusta imaginar que llevo ese infaltable de la cocina como una joya, sobre mis muñecas o en un collar que entre el asombro y respeto penden de hilos de plata con todo el respeto y asombro que merecen.

Así son los platos que me gustan: los que contienen mis recetas favoritas y los que llevo sobre mi piel con el mayor orgullo artesanal, en miniatura.

Fuente

Una casa mexicana que se precie de auténtica siempre tendrá una fuente en alguno de sus espacios.

La típica redonda, cubierta de cantera y una tarja doble al centro por donde cae el agua, es suficiente para celebrar una de las más antiguas tradiciones.

En el México de antaño, construir una fuente en el centro de las poblaciones era sinónimo de punto de encuentro, así como el atractivo paisajístico para presumir.

Lo cierto es que, dejarse llevar por el golpeteo del agua, que en un ciclo rítmico sube y baja por sus diferentes niveles es llenarse de paz para redescubrir y valorar el entorno que nos rodea con todos los sentidos.

Símbolo de vida y de felicidad, la Fuente, es uno de los elementos que escriben mi propia historia.

Equipal

Mueble ancestral, herencia de los Aztecas, cuyo significado representa un asiento reservado para los reyes.

Este taburete con asiento y respaldo de cuero o de palma tejida, con el paso del tiempo fue convirtiéndose en un símbolo de la riqueza del pasado, la historia de un pueblo, de sus creencias y tradiciones.

La palabra Equipal tiene su origen en el vocablo Náhuatl, “Icpalli”: asiento para dioses. Mueble que se utilizaba como trono ritual reservado para el sumo sacerdote o autoridad mayor.

Desde entonces como hasta hoy, descansar en un equipal es un privilegio. Y no solo por su representación cultural o por la comodidad que brinda su confección artesanal que “abraza” el cuerpo, sino también porque es un elemento presente en la historia de las familias mexicanas.

Ya sea alrededor de la mesa para saborear las recetas de la abuela o para instalarse y platicar largo y tendido en la terraza, el equipal es parte de los recuerdos que nos permiten seguir abrazando la tradición de generación en generación.

Cocina de Humo

Desde tiempos prehispánicos, la cocina de humo va de la mano con los secretos y tradiciones de la gastronomía mexicana.

Se trata de un espacio rústico que también se antoja mágico, en el que cada familia va improvisando con lo necesario a fin de preparar las recetas cotidianas y hasta las grandes comilonas de festejo.

El humo, como su nombre lo sugiere, es protagonista. Resultado de llevar la leña al fuego es el verdadero espíritu de este ritual culinario, con el que además se logra una peculiar sazón en los alimentos.

Las cocineras tradicionales son las dueñas y señoras de este espacio, en donde conviven utensilios de origen ancestral como parte de la rutina de preparación, como el metate, el comal, recipientes de barro o de peltre, que luego son sus aliados para elaborar las recetas que van pasando entre las generaciones.

La cocina de humo es un contraste de sensaciones, que rinde tributo al pasado para deleitar el paladar, con sabores que sellarán por siempre la memoria.

Jarrito

Como si se tratara de una melódica danza entre la masa húmeda del barro y las inquietas manos alfareras, el momento de la creación de una pieza de este arte popular es completamente grandioso.

Y el Jarrito de barro se cuenta entre ellas. Utensilio de la vida cotidiana, como muchos otros, que forman parte de nuestra cultura desde tiempos prehispánicos.

Elaborados en talleres artesanales de Tonalá o Tlaquepaque son principalmente los que llenan las repisas de la alacena o las paredes de la cocina de las casas de esta región.

Eso sí, es curioso caer en cuenta que cada familia cuenta sus historias, costumbres y gustos a su manera, a través de la selección de jarritos que presume sus anaqueles.

Y es que hay de varios tipos; están los especiales para el atole, los redonditos para el café, los más largos como para el agua de horchata y hasta pequeñitos que algunos los emplean para el aguardiente.

Lo cierto es que dar un trago a la bebida en un jarrito es llenar los sentidos con un aroma a tierra y campo, además de que la preparación conserva su temperatura perfecta, precisamente por las cualidades de humedad y aislantes del barro.

Por todo esto y mucho más, el jarrito de barro es un utensilio de la vida cotidiana que forma parte de nuestra cultura mexicana desde tiempos inmemoriales.

Banquita

Nada más reparador que instalarse en la banquita del parque y espabilar el cansancio mientras el ajetreo alrededor entretiene la curiosidad.

¡Cuántas historias pudiera contar la banquita del jardín, la de la plaza o la que está instalada en el corredor de la casa!

Su típico asiento cuadriculado y respaldo de formas caprichosas la hacen la más cómoda cómplice del descanso, pero también compañera infalible para que fluya la plática sin reparo.

Los enamorados dirán que resulta ideal para “echar lío” en las tardes en las que el aire fresco juega entre las copas de los árboles que hasta parecen susurrar suavemente su amor.

Por esto y por mucho más, la banquita forma parte del paisaje tradicional urbano de los espacios públicos y privados del folclor mexicano.

Chiles

Para hablar del chile, los mexicanos nos pintamos solos.

Porque es el corazón de nuestra cultura, ingrediente fundamental en la alimentación, la agricultura, la economía, pero también presente en nuestra idiosincrasia y folclor.

Podemos presumir de una variedad impresionante, y es que en México hay registro de 64 diferentes tipos que se comen ya sea frescos, cocidos, deshidratados, en condimento, adobos, como plato principal, guarnición, y así, una lista que se extiende mucho más. Con ello podemos dar cuenta que el chile muestra la riqueza culinaria del país.

Las formas, colores, sabores y picores hacen las delicias de todos los gustos y paladares; una tradición que rescata la sabiduría de nuestros antepasados.

Ahora que si lo vemos desde otra perspectiva, también hay un montón de referencias al chile en el vocabulario de manera coloquial o como elemento protagonista en el arte, la literatura, los cancioneros y hasta en las colecciones de moda que tampoco puede faltar.

Por esto y por mucho más, el chile es sabor de identidad.

Puerta de hacienda

Mirarte es viajar en el tiempo, llevar la mente a la época colonial.

Cuántos secretos guardarás detrás de tus pesadas hojas de madera y remaches de acero que han sobrevivido a las batallas, el paso de los ejércitos nacionales.

Pero más te admiro en tu grandeza, porque has sabido contener el orgullo de las familias trabajadoras que te construyeron y te hicieron fuerte para resguardar los tiempos de bonanza gracias a quienes trabajaron el campo, para que toda tu construcción fuera la fortaleza de la región.

Hoy, detenerse frente a ti: una antigua Puerta de Hacienda, es reconocer una joya arquitectónica del México de hace algunos siglos.

Tus marcas sobre la madera cuentan las andanzas hasta el día de hoy, es conectar con los secretos de varios siglos a cuestas.

Quiero seguir mirándote e imaginar el rechinido de tus bisagras, el galope de los caballos sobre las piedras y el rodar de las ruedas de las carretas.

Eres magia y encanto que conviven en lo más profundo con mis propias raíces.

Bule

La peculiar silueta compuesta por dos formas circulares, y acinturada hacen de este recipiente multiusos un aliado inconfundible.

Se trata de un fruto de la familia de la calabaza que se seca y es utilizado de diferentes maneras según la región o las costumbres de las comunidades.

Conocido también como Guaje, Tecomate o Pumpo, es perfecto como contenedor de agua, pero si se corta por la mitad, también puede servir como almacenador de plantas o granos con la mitad superior como tapa.

Decorado con diversos trazos y materiales –principalmente pigmentos naturales, de plantas y semillas-, ha sido el ingenio de los artesanos el que ha logrado crear piezas extraordinarias que también se hacen de barro o cerámica.

Su versión más festiva es cuando es utilizado como instrumento musical. Porque cuando el bule es rellenado con semillas o algún otro objeto, que al agitarse desprende un cadencioso y pegajoso sonido, que irremediablemente te hará bailar.

¡Ajúa!